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lunes, 1 de abril de 2019

El retorno de los brujos (original Le Matin des Magiciens) es el título de un libro publicado en 1960, subtitulado Una introducción al realismo fantástico.

Lo escribió Louis Pauwels, en colaboración con Jacques Bergier, y trataba temas entonces novedosos: supuestos fenómenos parapsicológicos, civilizaciones desaparecidas, el esoterismo y su conexión con el nazismo, etc. Pretendía dar comienzo a una nueva revolución cultural, y levantó una gran expectación. En los años 1960 y 1970 se vendieron más de 2 millones de ejemplares en francés y otros idiomas, publicándose la primera traducción al español en 1962. El libro El retorno de los brujos es un texto que, sin dudas, marcó una época, sobre todo las décadas del 60´y 70´ del siglo XX, cuando Jacques Bergier y Louis Pauwels lo escribieron, quizá con una intención de revolucionar toda la cultura de la época. Y podemos decir que estuvieron a punto de lograrlo. El libro recibió cientos de elogios, pero también numerosas críticas. Este libro cayó en mis manos hace muchos años, todavía durante la época franquista,  y ejerció una gran influencia en mí, abriéndome la mente  hacia temas relacionados con nuestro pasado y que generalmente son obviados por la comunidad científica.  A todos los que estén interesados en este tipo de temas, les recomiendo leer este magnífico libro. Tal como dijo Isaac Newton:  ”Lo que sabemos es una gota de agua; lo que ignoramos es el océano”.  Tal como hemos indicado, en El retorno de los brujos podemos observar una mezcla muy interesante de alquimia, parapsicología, esoterismo y su relación con el nazismo, así como un amplio espacio dedicado a las civilizaciones perdidas, con especial hincapié en las pirámides de Egipto, la Isla de Pascua y los mapas de Piri Reis.

Según Louis Pauwels: “Este libro resume cinco años de búsqueda, en todos los sectores del conocimiento, en las fronteras de la ciencia y de la tradición. Me lancé a esta empresa claramente superior a mis medios, porque ya no podía seguir rechazando este mundo presente y por venir, que es, sin embargo, el mío. Pero de todos los extremos nace la luz. Habría podido encontrar más deprisa una vía de comunicación con mi época. Es posible que no haya perdido del todo mi tiempo marchando hasta el final de mi propio camino. Los hombres no encuentran lo que se merecen, sino lo que se les asemeja. Durante largo tiempo, busqué, como quería el Rimbaud de mi adolescencia, «la Verdad es un alma y un cuerpo». Y no lo logré. En la persecución de esta Verdad, perdí el contacto con las verdades pequeñas que hubiesen hecho de mí, no ya él superhombre al que llamaba con todo mi anhelo, sino un hombre mejor y más unificado de lo que soy. Sin embargo, aprendí cosas preciosas sobre el comportamiento profundo del espíritu, sobre los diferentes estados posibles de la conciencia, sobre la memoria y la intuición, que no hubiese aprendido de otra manera y que debían permitirme, más tarde, ver lo que hay de grandioso, de esencialmente revolucionario en la cumbre del espíritu moderno: la interrogación sobre la naturaleza del conocimiento y la necesidad apremiante de una especie de transmutación de la inteligencia. Cuando salí de mi nicho de yogui para lanzar una ojeada a este mundo moderno que condenaba sin conocerlo, percibí de golpe lo que tiene de maravilloso. Mi estudio reaccionario, a menudo lleno de orgullo y de odio, me fue útil en impedir mi adhesión a este mundo por su lado malo: el viejo racionalismo del siglo XIX, el progresismo demagógico. Me había impedido también aceptar este mundo como una cosa natural y, simplemente porque era el mío, aceptarlo en un estado de conciencia adormecida, como hacen la mayoría de las gentes. Con los ojos refrescados por mi larga permanencia fuera de mi tiempo, vi este mundo tan rico en fantasías reales supuestas. Mejor aún, lo que aprendía del siglo modificaba, haciéndolo más profundo, mi conocimiento del espíritu antiguo. Vi las cosas antiguas con ojos nuevos, y mis ojos eran también nuevos para ver las cosas nuevas“.

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